lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Para qué una vida?

Incluso las cosas que parecen ser las más insulsas tienen su gracia, siempre y cuando estemos convencidos de que pueden hacernos trascender ante los demás y (¿por qué no?) ante uno mismo.
            La película de mi vida. ¿Cuántas veces hemos escuchado este concepto, ya sea porque nos llegó gracias al internet o por razones aún más absurdas?
            Ya es malo que respondan que la película inicia el día que conocieron al “amor de su vida en turno”, cuando se casaron con ese alguien, o alguna tontería de aquellas.
¿Cómo es posible que alguien crea que empieza a vivir cuando gana, cuando pierde, cuando descubre, o incluso cuando ama? Uno pensaría que la vida no es ninguna de esas opciones, sino todas juntas. Pero aún si fuéramos hasta ese extremo, tendríamos que magnificar la vida hasta su punto más alto, que no es uno mismo, sino nuestro padre, y su padre antes que él, luego todos los padres que estuvieron antes que él, luego todos los hombres, luego todos los humanos, luego todas las criaturas vivientes, y luego todo.
Viendo estos extremos que se tocan, lo más noble sería no hablar de la vida de una forma tan vaga ni tan elevarla hasta un punto que parezca inalcanzable. Tendría que seguir las enseñanzas aristotélicas y hallar el equilibrio entre deceso y exceso. No ver la vida como algo tan insignificante a comparación de todo lo que hay en el universo, ni tratar de elevar la existencia de tal forma que para hablar de ella tuviera que enlazarla inevitablemente con las demás cosas que forman al Ser.
En teoría todo se resolvería fácilmente hablando solo de mi vida a partir del principio de la conciencia del mundo, hasta el día en que la muerte acabara con esta.
Digo “en teoría” porque, al menos durante los primeros avistamientos del bendito siglo XXI, es difícil creer que la ciencia hable de forma clara acerca de lo que ocurre durante el periodo de la inconsciencia y falta de juicio objetivo que se tiene sobre las acciones que se realizan durante la niñez, ya no hablemos de tratar de hacerlo por cuenta propia, sin ayuda de la tecnología. Lo mismo ocurre durante los últimos instantes de nuestra vida, ya sea que se vayan de manera natural o por la intervención de los otros. ¿Quién estaría dispuesto a llevar consigo una libreta o una grabadora todo el tiempo con tal de estar preparado por si ese día será aquel en el que tendrá que decir sus últimas palabras?     

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