Quien se atrevió a profanar el espíritu del dulce hogar aporreando a las benditas puertas cerrando el puño como un bárbaro, merece ir a la horca.
Los timbres electrónicos que han infectado las casas del mundo como un cáncer, nos alejan cada vez un poco más del contacto real entre los hombres y nos acercan peligrosamente hasta la inhumanidad, como todo lo que nos trajo el siglo XX.
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