domingo, 27 de noviembre de 2011

El Quijote como reflejo de la autonomía, trascendencia e individualidad

Podría decirse que la concepción del ser humano como individuo es reciente, tomando en cuenta los miles de años durante los cuales el hombre en sociedad era visto solo como una parte funcional del grupo.
Con el Quijote se dejan a un lado los esquemas de los personajes literarios en los que había un héroe (o un héroe trágico) que fuera reflejo de la sociedad. Aquí aparece una nueva figura que quiere hacer el bien y termina haciendo el mal fuera de su propia conciencia. Surge el antihéroe y ni el mismo Cervantes pudo ver venir eso, mucho menos clasificar al personaje dentro de un estándar de la época. Allí radica su trascendencia, su regalo para las generaciones futuras.
Al principio Alonso Quijana es un ser que armoniza con la sociedad, pues dedica únicamente a su hacienda y a la caza. Ésta vendría siendo su “heteronomía”.
La literatura es el motor que impulsa al Quijote a salir y enfrentar al mundo y buscar aventuras en donde a nadie más se le hubiera ocurrido buscar. Aquí se presenta el poder de los libros sobre la sociedad, directo al núcleo de ésta: el individuo.
Algo similar ocurre en “La imperfecta casada” de Leopoldo Alas Clarín, cuando Mariquita, una mujer coqueta, fina y de buena posición cae en el ocio y se enfrasca en lecturas cada vez más profundas que inevitablemente hacen que, igual que Quijana, descubra la falta de sentido que tiene su vida. Mariquita se excluye del mundo, el Quijote sale y lo enfrenta. Aquí se ve cómo contrastan de un modo bastante caótico ambas posturas: Don Quijote como lo autónomo y los miembros de la sociedad decadente que va encontrando como lo heterónomo.
La intención de Cervantes al escribir el Quijote era desprestigiar a los libros de caballerías, considerados de amorales y de poco valor literario. Prueba de ello se encuentra al final de la novela:

(…) pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna.  

Y aquí poco tuvo que ver la intención del autor, ya que, precisamente es gracias a él y a los esfuerzos de los analistas del Quijote, el motivo por el cual los libros de caballerías españolas como El Amadís de Gaula, El Belianís de Grecia y El Esplandián han perdurado hasta nuestros días.
Quizás el contraste más intenso en la obra cervantina es el desprestigio que da al así llamado “Siglo de Oro Español” durante el reinado de Carlos V. Quijote y Sancho no ven grandes castillos enriquecidos por los tesoros traídos del Nuevo Mundo. Los caminos no están pavimentados en oro. El caballero busca princesas y nobles a quienes servir y solo se encuentra con rufianes, proscritos y labriegos. El ambiente cervantino es un gran referente para comprender a la España del siglo XVI.
Cervantes pudo muy bien hacer interesantes aportaciones acerca del sentido de pertenencia, siempre buscando reconocimiento malogrado, ya fuera por que perjurar hasta su muerte que era “cristiano viejo”, o bien, por la búsqueda inalcanzable que hizo ante la corte para que se le retribuyera por haber servido en la batalla de Lepanto.
De principio a fin, el Quijote es un canto a la libertad.
Tomando en cuenta el cautiverio que pasó en Argel, es obvio que la libertad era un tema que Cervantes podía tocar sin temor a exagerar.
Desde que sale de casa, pasando por la liberación de los galeotes y hasta su llegada con los duques en la Segunda parte, el Quijote solo desea la libertad para sí mismo y para todo el mundo. Cuando se enfrenta al Caballero de la Blanca Luna, es derrotado en verdad, no por su caída en combate (nada distinta a los muchos otros tropiezos que tiene a lo largo de la novela) sino porque lo acordado antes del duelo consiste en que, si llegara a perder, debía renunciar a las armas y volver a casa, o bien, dejar el sueño y encasillarse dentro de la sociedad. Un horrible sentimiento de pertenencia que, siendo la encarnación de un ideal de libertad, lo llevará inevitablemente a la muerte. 

Formación ciudadana: la tradición, la revolución y el futuro de México

Tradición o el Monstruo
En las páginas de Los señores del narco de Anabel Hernández, se habla de la vida de El Chapo Guzmán y de cómo creció en el seno de una familia y una sociedad en la que estaban establecidos ciertos estándares de conducta que parecen inamovibles. La autora nos dice que en ese ambiente o eras narco o te mataban.
            El problema más grande de México se halla en sus habitantes, ya que en cada uno de ellos se formaron valores erróneos.
            Estos valores se transmiten a través de las generaciones desde hace tanto tiempo que se ven como algo natural, como si no hubiera existido ni hubiera la posibilidad de otro estilo de vida.
            El motivo por el cual muchos no logran salir de esos estándares –los de convertirse en narcotraficante, irse al extranjero de forma clandestina, o convertirse en un delincuente menor- no es que no existan las condicione cambio, el problema es que no se conocen o, como he dicho, se ven inalcanzables por el status quo que la sociedad mantiene tan marcado.
            Por mencionar solo unas cuantas distinciones idealistas en México podemos hablar de las personas cercanas a los cárteles, los que son víctimas del machismo y quienes muestran discriminación y una mala ejecución de la justicia ante los grupos indígenas.
           
La impregnación radical
Desafortunadamente, tanto la solución como la problemática en este asunto no son fuerzas que se contraponen con posibilidades similares mientras esperamos que la mejor prevalezca. Se trata de las tradiciones contra la revolución. Los patrones de conducta que adoptan los adultos y con los que construyen su entorno forman un gran monstruo que se ha fortalecido con el paso de los años. Los pequeños chispazos de movimientos sociales que aparecen de pronto se desean implementar para el bienestar público y atacar a los males que se han impregnado al sistema como un cáncer. Por desgracia, en la actualidad este cáncer se ve como algo natural, aunque también terrible.

La formación del individuo
Todo influye durante los primeros años de vida de una persona. Desde pequeños nos inspiran a tener miedo de ir en contra del sistema.
            Cuando un narcotraficante lleva a su hijo para que vea cómo s mata a un hombre sin sentir culpa; cuando un niño se vuelve pate del mundo de la delincuencia por hallarse desamparado y no recibir más instrucción que la del dá a día.
            No hay que creer que uno se vuelve criminal por la instrucción de los padres. Hay e tomar en cuenta otros factores sociales cruciales durante el crecimiento emocional como los familiares cercanos, las amistades y demás intervenciones por parte de terceros en a escuela y en las calles.          
            Y aunque es cierto que es imposible lograr que los padres guíen  cada aspecto en la ida de los hijos, sí influyen en la formación de su carácter, a sea por brindarles atención o por negárselas.
            Asistir a la escuela influye en el ámbito intelectual, social y emocional.
            En la escuela no solo se enseñan los primeros conocimientos académicos, también se asignan los primeros hábitos, normas de conducta y se tienen las primeras interacciones sociales, es decir: todo lo que forma al individuo.
            No hay que pensar que solo las personas marginadas, de escasos recursos, o de condiciones económicas inestables son los más propensos a entrar en el mundo delictivo, pues no es solo el lado económico el que influye en la persona. Lo es más el tipo de interacciones que tiene con las personas más cercanas.

La solución

La única forma en que estos cambios podrán darse será 

poco a poco, instaurándolos de manera discreta en la 

sociedad y que esta genere cambios a lo largo del tiempo.

           Si se halla la manera en que los jóvenes se sientan 

atraídos y busquen los valores que los hagan buenas 

personas, éstas crecerán para ser miembros íntegros que, 

así mismo, transmitan esos valores a las futuras 

generaciones.

            El hecho de que los ciudadanos promedio dejemos a 

un lado nuestro tradicionalismo es el primer paso para llevar 

esa visión, de las cosas cotidianas, a cómo manejamos 

nuestros negocios, y de allí, a cómo regimos el país.

lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Para qué una vida?

Incluso las cosas que parecen ser las más insulsas tienen su gracia, siempre y cuando estemos convencidos de que pueden hacernos trascender ante los demás y (¿por qué no?) ante uno mismo.
            La película de mi vida. ¿Cuántas veces hemos escuchado este concepto, ya sea porque nos llegó gracias al internet o por razones aún más absurdas?
            Ya es malo que respondan que la película inicia el día que conocieron al “amor de su vida en turno”, cuando se casaron con ese alguien, o alguna tontería de aquellas.
¿Cómo es posible que alguien crea que empieza a vivir cuando gana, cuando pierde, cuando descubre, o incluso cuando ama? Uno pensaría que la vida no es ninguna de esas opciones, sino todas juntas. Pero aún si fuéramos hasta ese extremo, tendríamos que magnificar la vida hasta su punto más alto, que no es uno mismo, sino nuestro padre, y su padre antes que él, luego todos los padres que estuvieron antes que él, luego todos los hombres, luego todos los humanos, luego todas las criaturas vivientes, y luego todo.
Viendo estos extremos que se tocan, lo más noble sería no hablar de la vida de una forma tan vaga ni tan elevarla hasta un punto que parezca inalcanzable. Tendría que seguir las enseñanzas aristotélicas y hallar el equilibrio entre deceso y exceso. No ver la vida como algo tan insignificante a comparación de todo lo que hay en el universo, ni tratar de elevar la existencia de tal forma que para hablar de ella tuviera que enlazarla inevitablemente con las demás cosas que forman al Ser.
En teoría todo se resolvería fácilmente hablando solo de mi vida a partir del principio de la conciencia del mundo, hasta el día en que la muerte acabara con esta.
Digo “en teoría” porque, al menos durante los primeros avistamientos del bendito siglo XXI, es difícil creer que la ciencia hable de forma clara acerca de lo que ocurre durante el periodo de la inconsciencia y falta de juicio objetivo que se tiene sobre las acciones que se realizan durante la niñez, ya no hablemos de tratar de hacerlo por cuenta propia, sin ayuda de la tecnología. Lo mismo ocurre durante los últimos instantes de nuestra vida, ya sea que se vayan de manera natural o por la intervención de los otros. ¿Quién estaría dispuesto a llevar consigo una libreta o una grabadora todo el tiempo con tal de estar preparado por si ese día será aquel en el que tendrá que decir sus últimas palabras?     

domingo, 20 de noviembre de 2011

Calma

Mientras caminamos, aún si lo hacemos en reversa, pareciera que la carretera frente a nosotros se extiende hasta el infinito. Entonces pensamos que podemos caer en cualquier momento; sin embargo, los que son constantes en su andar, saben que esto es imposible, pues mientras más andamos, más probabilidades hay de hallar la indispensable para nuestro viaje y tomarlo sin ninguna culpa. Ejemplo de esto está en la dulce savia de los árboles que nutre a los errantes, aunque para tenerla sea necesario rasgar la corteza.

Puede que al momento en que el néctar puro se desliza por la garganta se sienta un ligero picor, pero somos capaces de sobrepasarlo y descubrir que eso es bueno. Por ello no debemos sentir arrepentimiento después de experimentar el embeleso en el placer del momento. Si sentimos humedad en el rostro, debe ser por la lluvia, y no por haber tirado nuestra vida al retrete. 

viernes, 18 de noviembre de 2011

Oda a la aldaba


¡Oh, aldabas! Si Borges pasaba horas observando las puertas de las casas, tengan por seguro que se debía solo a las aldabas.

Quien se atrevió a profanar el espíritu del dulce hogar aporreando a las benditas puertas cerrando el puño como un bárbaro, merece ir a la horca.

Los timbres electrónicos que han infectado las casas del mundo como un cáncer, nos alejan cada vez un poco más del contacto real entre los hombres y nos acercan peligrosamente hasta la inhumanidad, como todo lo que nos trajo el siglo XX.